viernes, 22 de julio de 2011

Cómo hacer cosas con las palabras



 La primer palabra que dijo mi hermana fue “coqueta”. No “mamá”, no “papá”. CO-QUE-TA. Y la decía así, marcando con sus manitos cada sílaba con la precisión de un director de orquesta. Un fenómeno poco usual, ciertamente. Una hazaña dificilísima, sin duda. Desafiando todos los pronósticos, ahí estaban las tres imposibles sílabas sucediéndose una y otra vez: CO-QUE-TA.

 Qué difícil es decir. A mí por lo menos me resulta de lo más complicado. Decir, no cualquier cosa por supuesto. La palabra evasiva, la que no dice nada no me genera ni el menor sobresalto. Podríamos discutir sin tregua sobre el estado del clima, las más jugosas novedades de la farándula o los últimos caprichos de la moda sin que se me mueva un pelo.

 Son las otras palabras, las que nos refieren a quienes somos y por qué hacemos lo que hacemos; las que nos definen ante la mirada de los demás o ponen a prueba nuestro carácter; las que alteran de algún modo el orden de las cosas una vez enunciadas. Esas, las otras, se me quedan agarrotadas, atrincheradas en la glotis: pobres desesperadas palabritas con ataque de pánico. No hay jarabe para la tos ni vigorosa palmada en la espalda que lo solucione.

 A ver???? Cof, cof... No. Nada.


Es que no me llevo para nada bien con ellas. Tenemos, a decir verdad, una relación un tanto intermitente. Por momentos las presiento y me cruzo de vereda como ante la sospecha de un perro rabioso. Otras veces me les arrimo, les invito un café, y nos quedamos sentadas de brazos cruzados y en silencio, ese silencio sofocante que padecen los extraños en un ascensor. Al rato nos alejamos sin siquiera despedirnos. Lo peor es que siempre me toca pagar a mí...

 En la facu nos hablaban de los famosos actos de habla de J. L. Austin y cuán seguido decir equivale a hacer. Y no tienen que ser grandilocuentes, las palabras pueden ser tan sencillas y fáciles de articular como “mamá” o “papá”. Nombrar es darle una identidad a lo que se nombra, es ponerlo de manifiesto, es hacerlo existir. Es otras veces arrancar la curita de un tirón y verse cara a cara con la supurada realidad.

 CO-QUE-TA. 

 Por asombroso que resulte me pregunto: ¿fue entonces que mi hermana decidió intencionalmente burlar a la convención? A sabiendas de la intrincada naturaleza de los deseados primeros vocablos ¿decidió trucarlos por una banalidad? Nunca lo sabré. En fin, quizá este blog sea un nuevo intento mío por amigarme con la palabras (las que vale la pena decir) o al menos quizá la próxima vez que las saque a tomar un café nos toque ir miti miti.


 Antes de despedirme les dejo un poemita que viene al caso. Lo escribí hace algún tiempo:

Por alguna intuición de éter
o de eternidad de espacio,
me quedé callada,
no quise hablar,
las palabras eran realidades
que no estaba dispuesta a escuchar.

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